Colombia es un país cuyas cinco regiones están llenas de mitos y leyendas que han trascendido de generación en generación. Algunas de ellas rayan en lo fantasioso, mientras que otras aumentan su popularidad a medida que varias personas han afirmado haber tenido un encuentro con estos entes misteriosos.
Una de estas enigmáticas figuras es la Candileja, una bola ardiente de tres antorchas, con brazos como tentáculos rojos candela, que produce ruido de jarrones rotos. Mártir de la violencia, la Candileja es el espectro de una mujer cuyo espíritu pena en el Valle de las Tristezas. Dicen que fue quemada viva con sus nietos dentro de su casa. Desde entonces, convertida en fuego, frecuenta los lugares en ruinas, las crecientes de los ríos y los caminos solitarios.
Aparece en el alba, cuando aún el gallo no ha cantado, y como un meteoro se estrella con los cercos; se agita en las copas de los árboles o se echa a rodar por los pastos. Persigue a borrachos, infieles y a padres de familia irresponsables y temerosos.
Dicen además que asusta también a los viajeros que transitan en horas avanzadas de la noche. Los abuelos y tatarabuelos, en hogares numerosos, contaban esta leyenda una y otra vez para darles una lección a los hijos y nietos que se portaban mal.
Amiga de los animales, la Candileja en los días de viento es cuando más se pasea por los montes y en la montaña.
Nunca se apacigua en su dolor ardiente, algunas noches en que las que la corriente de los ríos están apacibles ella se pasea por la ribera como queriendo detenerse y bañarse en la sombra para quitarse tanto ardor y despojarse de toda la ceniza.
La Candileja espanta a los caballos y los jinetes que se aventuran en la noche, especialmente en los llanos.
Inicia las quemas de los bosques: Grandes incendios, grandes sequías, precipita su presencia de llama en los tiempos en que se aviva su dolor. Por eso los hombres le temen.
Saben que ni los rezos ni las bendiciones ahuyentan su furia.
SURGE DE UNA ABUELA CONSENTIDORA
Según cuentan, hace muchos años había una anciana que tenía dos nietos a quienes consentía demasiado, tolerándoles hasta las más extrañas ocurrencias, groserías y desenfrenos.
Los malos comportamientos de los nietos, llegaron hasta exigirle a la anciana que hiciera el papel de caballo de carga para ensillarla, y luego montarla entre los dos. La abuela accedió para la felicidad de los dos muchachos, quienes anduvieron por toda la casa como sobre el más manso caballo.
Cuando murió la anciana, San Pedro la regañó por la falta de rigidez en la educación de sus dos nietos y la condenó a purgar sus penas en este mundo entre tres llamaradas de candela que significan el cuerpo de la anciana y el de los dos nietos.