“Se juega como se vive”, dijo Francisco Maturana alguna vez. Se vive como se siente, le agregaría yo. El fútbol es la fábula de la vida. Lo confirmó Atlético Tucumán la noche de este martes en Ecuador, ante El Nacional.
No los dejaron tomar un chárter contratado con anterioridad por unos permisos en Guayaquil, los bajaron del avión y llegaron al estadio de Quito a las 8:09 p.m., 54 minutos después de la hora pactada para el inicio del partido. Calentaron a medias y para colmo salieron a jugar con guayos y camisetas prestadas por la Selección Argentina sub-20.
Pese a todas esas vicisitudes, y a los 2.850 metros de altura de la capital ecuatoriana, los tucumanos ganaron 1-0 y clasificaron. Con mística, enjundia, amor por la camiseta y sobre todo amor por ellos mismos, todos juntos, sortearon los obstáculos. Y de eso también se trata la vida. Nada es fácil, todo cuesta. Hay problemas, dificultades, inconvenientes, tropiezos, pero está en cada uno de nosotros decidir gambetearlos o dejarnos derribar.
Aquí pueden revivir lo mejor del partido:
Si haciendo lo primero la vida nos tumba, hay que levantarse, sacudirse y volver a intentarlo. Rendirse no es una opción.
Lo de Tucumán —rival de Junior en la tercera fase de la Libertadores— también es una lección de trabajo en equipo. Zampedri, el autor del gol, no es el héroe. Su tanto no hubiera servido de nada sin las atajadas de Lucchetti, por ejemplo; tampoco sin la gestión del embajador argentino en Ecuador, que movió cielo y tierra para que el partido se jugara y no quedar eliminados en el escritorio.
“Si quieres ir rápido, camina solo; pero si quieres llegar lejos, camina acompañado”. Ese proverbio africano aplica para el fútbol y para la vida.