Carlos Laguna Florez nació en Necoclí (Antioquia). Reside en Tierralta (Córdoba) y lo apodan el Mosca. Robinson Barón es oriundo y residente en Ciénaga de Oro (Córdoba). Sus amigos lo llaman el Enano.
Carlos es delgado, de piel morena, ojos negros, grandes y vivaces. Robinson por su parte es fornido, de tez trigueña y mediana estatura. Ambos son reconocidos actores de primera línea en las fiestas de Corralejas en la Costa Caribe Colombiana.
En esta oportunidad se encuentran en Tierralta, municipio del Alto Sinú cordobés, que celebra a su santo patrono, San José. Mosca y el Enano cumplen una de las faenas más peligrosas en la de por si arriesgada tarea en estos redondeles: ofician de ‘banderilleros sentados’.
Son esos tipos avezados que armados de esta clase de pequeñas lanzas, forradas en papel multicolor, y con la punta bien afilada; acomodan sus posaderas en la arena asumiendo un gesto de aparente tranquilidad y comodidad, como si estuvieran a la espera de un tinto o una cerveza helada.
Esta pose la adoptan frente a las puertas del toril, por donde salen desbocados y furiosos, astados de hasta media tonelada de peso. Casi un suicidio.
La acción de estos hombres consiste en sorprender al toro pinchándole el lomo con las banderillasque sostienen en sus manos.
Robinson Barón, el Enano, muestra una herida reciente sufrida en la fiesta en corralejas de Valencia (Córdoba).
Si atinan la punzada reciben la ovación del público, y saltan contentos alardeando de su proeza. También pueden llevarse una revolcada o un pisotón del animal, sin mayores consecuencias.
Pero si les va mal los recogen sangrantes del suelo, a veces sin sentido con una o varias cornadas. Los destinos pueden ser dos: el hospital o el cementerio.
Y si resultan apenas con una herida leve, al día siguiente estarán de nuevo en la brega.
CICATRICES DE PRESTIGIO
Laguna y Barón suman entre los dosmás de 300 cicatrices como marcas indelebles de sus pasos por las corralejas enfrentandose de tú a tú con los toros. Las enseñan orgullosos, y del número de estas depende su prestigio.
Al Mosca (Carlos Laguna Florez), hace menos de un año lo hirió un toro en Necoclí; o ‘lo fumigó’, como dicen en el argot de las corralejas cuando el mantero, banderillero o espontáneo, es alcanzado por el animal.
El cuadrúpedo le perforó un pulmón, le partió una costilla y le dejó apenas media ceja izquierda. En las fiestas del 17 de marzo en Tierralta, un toro ‘jabonero’ (especie de pelaje grisáceo y de ascendencia española), lo enganchó por la pierna derecha y lo levantó unos tres metros. El Mosca cayó inconsciente en la arena, sangrante y con la ropa hecha jirones.
La herida en el muslo fue profunda, hubo necesidad de tomarle 45 puntos de sutura. “Menos mal que ni siquiera le rozó la femoral”, le dijeron los médicos.
Sin embargo, dos días más tarde, el 19 de marzo, el Mosca ya preparaba de nuevo las banderillas para volver a mirar al toro cara a cara.
“No tengo miedo”, dijo”, esta es mi vida y de esto vivo. Tengo que arriesgarme”.Testigo de las palabras retadoras del banderillero estaba Robinson, que reía maliciosamente al tiempo que también afilaba sus banderillas para secundar al colega en la próxima faena.
El último percance de Robinson, que él minimiza y lo considera “algo sin importancia”; lo vivió en febrero pasado en las corralejas de Valencia (Córdoba). Un toro le propinó una cornada que le le atravesó el brazo izquierdo “de lado a lado”, y no contento lo paseó enganchado por casi toda la corraleja exhibiéndolo en las astas, como un trofeo.
En esa herida le cogieron más de 50 puntos por dentro y por fuera, dice sonriendo, como si nada le hubiera pasado. “Pero vea compa, con todo y eso al cacho del toro no le tengo tanto miedo; el que sí me da miedo es el cacho de la mujer, que duele más y nunca sana”, afirma con aire de filósofo callejero.
VALENTÍA, PASIÓN Y SUPERVIVENCIA
Ante la pregunta de cajón, de qué sienten cuando están en el piso banderilla en mano, y ven venir al toro resoplando y embiestiendo, ambos coinciden en una carcajada sonora.
“En ese momento solo se quiere poner bien las banderillas, no se siente miedo, ya que si el toro nos coge y nos jode, esa es la voluntad de Dios”, sentencia el Enano.
Laguna y Barón son un par de valientes, es la evaluación mínima que se le puede hacer a estos dos hombres que arriesgan sus vidas de tarde en tarde en las corralejas del Caribe colombiano.
Ellos dicen que no saben hacer mas nada, pero se intuye ante la pasión que le ponen al “oficio”, que además de sobrevivir de esto lo hacen por placer; porque les gusta el peligro, desafiar la muerte que en cualquier momento les puede llegar en los cuernos de estos animales.
Y viéndolos tan tranquilos contestar preguntas y exhibiendo con orgullo las cicatrices de sus heridas, cabe otro interrogante, también simple:¿Son conscientes de que cada corrida puede ser la última?
El Mosca se apresura a responder con una resignación que asusta: “Nada podré hacer cuando un toro me joda de verdad. Eso nunca se piensa.” Por su parte El Enano ríe, y añade con simpleza lacónica, “si es así, qué se va a hacer”. Los dos también reconocen que cuando ven que el toro se les viene encima con su mirada de fuego en medio del bullicio de la gente que ‘guapirrea’ en los palcos; del sonido alegre de las bandas que inundan de porros y fandangos hasta el último rincón de la plaza; ellos se sienten los seres más solitarios sobre la tierra. Es vida o muerte.