Los hechos ocurrieron el 7 de julio de 2016, en una de las fiestas más famosas de España, San Fermín. Un desenfreno colectivo en el que, como plato fuerte, cientos de personas corren atropelladamente delante de toros por las calles de Pamplona y que Ernest Hemingway inmortalizó en su novela Fiesta (The Sun Also Rises, su título original).
Cinco amigos sevillanos de entre 26 y 29 años se encontraban ese día entre los miles de visitantes que cada año acuden a la capital navarra para dejarse arrastrar por la locura. Hacia las 2:50 de la madrugada, una chica de 18 años se sentó en una banca donde reposaba uno de ellos y entablaron conversación. La recién llegada contó que iba a dormir en el interior del carro de un amigo con el que había venido desde Madrid. Al poco rato se sumó el resto del grupo.
El grupo, captado por una cámara tras la presunta violación.
Sobre lo que sucedió en los minutos inmediatamente posteriores hay versiones encontradas; el hecho es que, al cabo de un rato de andar por las calles, uno de los sevillanos logró colarse en un edificio cercano aprovechando la entrada de un inquilino, abrió desde adentro la puerta al grupo y, en los 21 minutos siguientes, los cinco amigos se turnaron para tener sexo con la recién conocida. Hubo felaciones y penetraciones vaginales y anales. Al finalizar, la dejaron en el suelo, semidesnuda, y se llevaron su celular. La muchacha salió del edificio y se sentó en la banca de un parque, donde una pareja la descubrió temblando y llorando desconsoladamente. La acompañaron a un centro de salud y, a continuación, la chica instauró en la Policía una denuncia por violación.
Comenzó entonces un tortuoso proceso judicial bautizado por la prensa como ‘La Manada’, por el nombre del chat de Whatsapp que mantenían los presuntos violadores y otros siete compañeros que no estuvieron en Pamplona.
Mensajes sobre la ‘hazaña’ en el chat del grupo.
El jueves pasado, el caso quedó visto para sentencia, después de que los tres magistrados (dos hombres y una mujer) de la Audiencia Provincial de Navarra hubieran escuchado a las partes y analizado todas las pruebas. Entre ellas, 96 segundos de filmación de los actos sexuales que dos de los detenidos registraron en sus celulares. Y mensajes que el grupo se cruzó por Whatsapp tras la aventura: “Follándonos a una entre cinco. Hay vídeo”. “Cabrones os envidio”, responde otro.
El caso, que ha conmocionado a España, se produce en un contexto global de denuncias masivas de agresiones sexuales. El país está expectante ante una sentencia que podría costar 22 años de prisión a prisión a los culpables, si prospera el argumento de la acusación de que se trató efectivamente de un caso de violación.
Entrada del edificio donde se produjo el hecho.
Con base en la filmación, el fiscal sostiene que la chica adoptó en todo momento “un rol pasivo y neutro”, permaneció “con los ojos cerrados” y sus movimientos estuvieron “dirigidos y/o controlados por los acusados”, lo que demostraría la violación. Los acusados replican que actuaron con el consentimiento de la muchacha, aunque ninguno logró explicar satisfactoriamente en juicio cómo se concretó dicho consentimiento. Su abogado ha utilizado un tramo de seis segundos de filmación para alegar que hubo una “sincronización de relaciones” que demuestra “una película de porno casera”. Con respecto a que la chica mantuviera los ojos cerrados, preguntó, para pasmo del público: “¿Qué mujer hace una felación con los ojos abiertos?”.
Uno de los momentos más candentes tuvo lugar cuando la defensa aportó como prueba un informe elaborado por un detective que había seguido a la chica en los meses siguientes a San Fermín. El expediente recogía fotografías de la muchacha llevando una vida normal, incluso alegre, “sin traumas”, lo que, según el abogado, desvirtuaba la hipótesis de una violación. Incluía también una foto en Instagram de una camiseta con la leyenda: “Hagas lo que hagas quítate las bragas”, que la chica no subió a la red social, pero que etiquetó. La indignación social que provocó la presentación de ese informe, sumada a la posibilidad de que el detective hubiera incurrido en violación de la privacidad, llevaron a la defensa a retirar esa prueba.
‘El gordo’, uno del grupo, ya estuvo en prisión.
Será la justicia la que determine qué sucedió aquel 17 de julio. Si hubo o no violación. Si los amigos sevillanos deberán pasar o no los próximos cuatro lustros entre barrotes. Pero, más allá del frente judicial, el caso ha encendido en España, y fuera del país, un encendido debate sobre las ramificaciones sociales que tiene este turbulento asunto.
Uno de los focos del debate se refiere a las ‘manadas’, grupos que personas, normalmente jóvenes, que encuentran en el gregarismo la forma de canalizar con violencia sus instintos primarios. En este caso, tres miembros del grupo, que incluía a un guardia civil y un policía, tenían antecedentes penales por agresiones. En su chat abundaban mensajes de signo ultraderechista, con incitaciones al odio y exaltaciones de la violencia.
Otro frente de discusión tiene que ver con los estereotipos de lo que debe ser una víctima. La causa judicial se ha centrado en establecer si el sexo fue consentido o no. Pero, ¿qué es un acto sexual realmente consentido? ¿Acaso no puede ocurrir, como se ha visto en otras situaciones extremas de la humanidad, que una chica llegue a aceptar un hecho indeseado por el terror de verse sobrepasada en poder por sus agresores?
El que la acusación y la defensa se hubieran enzarzado en si la muchacha tenía los ojos abiertos o cerrados durante los hechos solo demuestra lo lejos que están los estrados judiciales de los laberintos psicológicos en que se debate una víctima, sexual o de cualquier otro índole Y ese afán de la defensa de exhibir la posterior vida ‘alegre’ de la chica como prueba de que no sufrió una violación refleja la convicción de una capa amplia de la población de que una víctima –en especial si es mujer– no puede rehacer su vida y tener una segunda oportunidad sobre la tierra.
Y está el tema de la sexualidad. Los cinco amigos sevillanos sostienen que la muchacha participó voluntariamente en el acto con cada uno de ellos. Pero muchos en España argumentan que, incluso si tal versión fuera cierta, quedaría una inquietud: ¿Qué tipo de sexualidad es esta, en que unos jóvenes actúan en gavilla para acceder carnalmente a una mujer –a la que dejan tirada en un portal tras quitarle su celular– y que luego alardean de su aventura en WhatsApp? ¿Cómo es posible que en el mundo que se considera civilizado subsistan estas conductas predatorias? ¿En qué está fallando la sociedad?
El caso de ‘La Manada’ es, pues, mucho más que un asunto judicial. Pero, sin duda, la decisión que tomen los magistrados de la Audiencia de Navarra será de suma trascendencia para orientar un debate que no es, ni mucho menos, exclusivo de España.