Quizá suene curioso, pero en ocasiones decir “tengo casa” no es suficiente para afirmar que una persona vive dignamente. Ese es el caso de Ana Mercedes Ocampo y su familia, que residen en una vivienda sin techo ni servicios públicos, y paredes agrietadas que se caen a pedazos.
En la carrera 7 No. 47A-84, barrio Santuario, está situada la vivienda que se asemeja a cualquier escenario bélico en el Medio Oriente. Es justamente eso, una edificación con cuatro paredes bordadas con grietas marcadas por la vejez, y manchas negras que ha ido dejando la humedad entres los ladrillos.
Ahí, en esa ‘casa’ que parece bombardeada por aviones de guerra, habitan Ana Mercedes y 14 parientes suyos, de los cuales seis son adultos y ocho menores de edad, entre esos sus tres hijos.
“Somos colombianos retornados de Venezuela. Salimos de allá hace dos años porque estábamos pasando necesidades”, explicó Ocampo.
LA TRISTE RUTINA DE OCAMPO Y LOS SUYOS
Ana Mercedes contó que a su arribo a Barranquilla buscaron alojo donde una tía, pero esta pariente después de un tiempo los echó y recurrieron a la buena voluntad de un amigo, Manuel Butrón, quien les cedió el inmueble.
“El señor Manuel nos dejó vivir acá. Él ahora mismo está en Venezuela visitando a un familiar enfermo. Todo estaba bien hasta hace un mes cuando un ventarrón tumbó el techo”, dijo la mujer
Ana asegura que hace varios meses están sin servicios públicos, y desde mucho antes el deterioro de las paredes era notorio, pero era la única opción que tenían para subsistir. “Que el techo volara en su totalidad incrementó nuestros pesares”, continuó Ocampo.
El día de esta mujer y los suyos inicia en la noche, sí, porque no pueden dormir por miedo a que le caigan las paredes encima.“Nos desvelamos mientras los niños duermen” contó Ana.
Las comidas las preparan sobre dos bloques rojos y con leña. “Arroz con más arroz y lo que venga, porque no alcanza el dinero, vivimos mal, los niños no estudian y están llagosos”, manifestó Ana.
El baño, las necesidades fisiológicas y los momentos de descanso, todo ocurre debajo de un palo de mango en el patio. “El ‘popó’ lo botamos en una bolsa y lo llevamos a otro lado, así de incomodo es esto”, añadió.
Ocampo aseguró que la Alcaldía les entregó 30 láminas de eternit y cuatro bolsas de cemento. “No lo hemos usado porque no tenemos quien lo instale. Ojalá alguien nos pueda ayudar”, finalizó.