¿Por cuánto tiempo pueden perseguir los pecados a una persona arrepentida? ¿Qué se necesita para gozar de una segunda oportunidad luego de vivir en la delincuencia? Estos son los interrogantes que rondan el dolor de los familiares de Jonathan Eduardo Prieto Ávila (28 años), aprendiz del Sena asesinado de seis balazos este miércoles en el barrio La Chinita.
ÉPOCA OSCURA
Jonathan Ávila se levantó en el seno humilde de una familia del barrio El Ferry. Se formó como bachiller en la Institución Distrital José Marti y en algún momento, luego de ese periodo escolar, su círculo social lo llevó por caminos delictivos.
A principios de 2011, cuando tenía 22 años, Jonathan Eduardofue capturado en la calle 32 con carrera 36, barrio San Roque. Se movilizaba en una motocicleta junto a un menor de edad y al momento de la requisa les encontraron una subametralladora Smith & Wesson calibre 9 milímetros con 30 balas para la misma.
En aquel entonces era evidente que la vida de Jonathan no marchaba bien. La justicia lo condenó a prisión domiciliaria por los delitos de porte ilegal de arma de fuego y tráfico de estupefacientes. Investigaciones lo comenzaban a vincular con la banda delincuencial ‘Los Rastrojos’.
“Sabemos que él no estaba haciendo bien las cosas y nos preocupaba, más que todo luego de la captura”, explicó Juan Ávila, tío del occiso y quien ha laborado en empresas de construcción a lo largo de su etapa adulta.
“Soy mecánico empírico, pero a pesar de eso me ha ido bien y lo que busqué fue enseñarle a mi sobrino mi arte, para que trabajara, dejara los malos pasos. Gracias a Dios lo estaba haciendo”, continuó Juan.
BUSCANDO LA LUZ
Jonathan Eduardo estuvo pagando su condena de forma cumplida. “Tengo entendido que a él le habían revocado la sanción, porque incluso estuvo trabajando de 2015 a finales de 2016 en Bogotá”, agregó Juan Ávila.
Con respecto a la pena, la Policía dijo que se mantenía vigente, pero que Jonathan había adquirido ciertos beneficios como poder estudiar.
“Él comenzó sus estudios este año (enero), en el programa de soldadura en el Sena Colomboalemán. Estaba motivado, cada vez que venía a la casa me decía cómo le había ido, estaba ilusionado”, recordó Lellanis Gutiérrez, madre de dos de los tres hijos que dejó Jonathan.
El cambio de Ávila era palpable. En su cuenta de Facebook las fotos tipo gánster habían quedado relegadas por mensajes de motivación, eran casi nulas las imágenes en las que portaba armas de fuego, no así las que eran dedicadas a sus tres hijos.
“La disciplina tarde o temprano vencerá la inteligencia”, dijo Jonathan en su última publicación de Facebook. Lucía decidido a llevar una existencia dentro de lo que manda la ley.
SUEÑOS FRUSTRADOS
Pero lo que hasta ahora pudiera ser el libreto de una película en la que el protagonista supera las adversidades y obtiene un final feliz, no fue siquiera parecido a lo que ocurrió con Jonathan.
“Esa mañana (miércoles) se levantó temprano, a las 5:50, salió a trabajar de mototaxi para el diario de nosotros”, manifestó Lellanis, de 26 años.
Jonathan volvió a su residencia situada en la calle 14 No. 10-05, La Chinita. “Desde que llegó comenzó a hacerle mantenimiento a la moto, debía tenerla lista a las 6:00 de la tarde para repartir los postres que yo hacía para ayudarle con los gastos”, puntualizó Lellanis.
A las 5:30 p.m. Jonathan se levantó, dejó la moto a un lado y salió por un repuesto. A una cuadra de su vivienda fue interceptado por dos sujetos que le propinaron seis balazos mortales. Lo trasladaron al Paso Simón Bolívar, pero llegó muerto.
“Al estar estudiando, Ávila creó una rutina que lo hizo asequible para estos individuos que al parecer tenían un tiempo buscándolo. Ya tenemos los perfiles de ellos y trabajamos para capturarlos. Pensamos que el crimen pasa por un ajuste de cuentas”, expresó el brigadier general Mariano Botero Coy, comandante de la Policía Metropolitana.
En los metales, soldadura y acetileno, Jonathan buscaba el ingreso a una vida tranquila, pero fueron las balas y la delincuencia los factores que truncaron sus sueños.
“Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad. Jonathan la merecía”, finalizó la viuda.