Los dos nativos de la etnia wayuu estaban emparrandados y con mucho chirrinchi encima el pasado martes a las dos de la tarde, cuando se dieron de frente con una culebra cascabel de unos 30 centímetros que los amenazaba en la orilla de un camino polvoriento, haciendo sonoros avisos con una especie de maraca que lleva en la punta de su cola.
Ricardo Uriana Epiayú, de 27 años, y su compañero pensaron, en medio de su ‘temple’ alicorado, que ese era el momento y circunstancias ideales para hacerle una gran broma a sus hermanas y primas que estaban en la ranchería, localizada a un lado del kilómetro 20 en la ruta de Riohacha a Valledupar.
Mataron la culebra cascabel
Iniciaron la faena de aniquilación del ofidio, le dieron con un palo de trupillo varios garrotazos a lo largo del cuerpo, hasta cuando creyeron que era suficiente y que el letal animal había muerto.
Lo amarraron y lo arrastraron con un bejuco hasta llegar al rancho, pero antes de entrar, viendo que sus familiares estaban reunidos, Ricardo tomó la culebra, la puso sobre su cuello y luego pasó ambas manos por los extremos para que no cayera.
Fue justo en ese movimiento, cuando la cascabel, en uno de sus movimientos de agonía abrió su boca y le puso dos colmillos sobre el dedo índice de la mano izquierda.
El joven wayuu gritando más por susto que por el dolor de la mordedura, fue auxiliado por sus familiares, quienes le hicieron un torniquete a la altura del brazo. Así fue llevado hasta donde un piachi (curandero) cercano, quien lo primero que hizo fue aflojar el torniquete, pues ya le estaba poniendo morado todo el brazo por la falta de circulación.
Visitó tres piachis sin resultados
Desde las dos de la tarde, cuando sucedió el accidente ofídico, Ricardo fue a consulta y tratamiento con tres piachis, uno de los cuales pidió los cascabeles que le habían quitado al reptil y delante de ellos, mientras cantaba en su lengua y rezaba, quemaba los cascabeles.
El carbón producido, posteriormente lo esparció en el sitio donde estaban las huellas de los colmillos y en las áreas aledañas, pero el dolor lo seguía torturando y él pensó que la solución ya no era por el lado de los curanderos.